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La raíz de las comparaciones: entre espejos y distorsiones

Desde que somos niños, aprendemos a compararnos. “Mira cómo se porta tu hermano”, “Ese niño sí come todo”, “Esa niña es más ordenada”. Y sin darnos cuenta, crecemos mirando al otro como una especie de espejo torcido que, en lugar de ayudarnos a vernos mejor, termina distorsionando nuestra percepción de valor.

 

¿Por qué nos comparamos?

 

Compararse es humano. Forma parte de nuestro instinto social. Nos ayuda a ubicarnos, a entender cómo funcionamos en grupo y, a veces, a mejorar. La comparación no es mala en sí misma. Lo que la convierte en un veneno emocional es desde dónde y para qué la hacemos.

 

Cuando la usamos como herramienta de aprendizaje, para inspirarnos o descubrir lo que podemos mejorar, puede ser útil. Pero cuando la usamos para medir nuestro valor personal, profesional o emocional, empieza el desgaste.


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La trampa silenciosa

 

Hoy, con un mundo hiperconectado, la comparación ya no se limita a nuestro entorno cercano. Nos comparamos con personas que ni conocemos, en situaciones que no entendemos, basándonos en una imagen editada de sus vidas. ¿El resultado? Sentimos que siempre estamos por debajo: menos exitosos, menos atractivos, menos felices.

 

Y lo más irónico es que muchas veces, esas mismas personas que admiramos también están comparándose… con otras.

 

Las consecuencias en todos los ámbitos

 

En lo personal, la comparación constante alimenta la inseguridad, mina la autoestima y crea un sentimiento de insuficiencia crónica.


En lo profesional, puede frenar el crecimiento. En lugar de enfocarnos en lo que somos buenos, tratamos de imitar lo que otro hace bien, descuidando nuestro propio camino.


En las relaciones, destruye la conexión genuina. Comparamos a nuestra pareja con otras, nuestra familia con la idealizada, nuestros amigos con estereotipos. Y así, lo real nunca parece suficiente.

 

¿Hay algo bueno en compararse?

 

Sí, pero con límites. La comparación puede ser una brújula si se usa con conciencia. Ver a alguien logrando lo que tú deseas puede motivarte, siempre que no se convierta en una carrera de “quién vale más”. Es útil si te hace crecer, no si te hace sentir menos.

 

Así que ahora puedo sugerirte unos pasos para soltar el hábito de compararse negativamente.

 

  • Practica la autocompasión. No tienes que ser perfecto ni ser el mejor en todo.

  • Recuerda que cada proceso es único. Estás viendo el capítulo 20 de alguien mientras tú estás en el 3.

  • Apaga las redes un rato. El bombardeo constante de vidas “perfectas” agota.

  • Redefine el éxito. No es una fórmula universal. Es algo íntimo y personal.

 

Compararte con otros es inevitable. Pero convertir esa comparación en tu juez interno es opcional. La verdadera libertad comienza cuando dejas de competir con los demás… y empiezas a construir tu propia medida de plenitud. Porque no eres más ni menos que nadie: eres tú!


Autora: Lina Moreno

 
 
 

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